¿Para qué escribo? Para contar mi historia, una más entre tantas historias de madres, pero no una cualquiera porque es la que me toca. Para contactar madres o padres de la blogósfera, cual botella al mar. Para mantener mi escritura activa. Para registrar momentos mientras mis chiquitos crecen vertiginosamente rápido.

martes, 6 de marzo de 2018

A ser feminista también se aprende

Nadie llega a ser madre sabiéndolo. Aún con más de cinco años de experiencia, me considero una aprendiz. Sin ir muy lejos, un rato antes de sentarme a escribir esta entrada, estuve en la guardia pediátrica con Quiqui, que se acababa de caer de una silla delante de mis narices, se abrió un párpado y se le puso todo el ojito morado. Y yo estuve ahí. Y no lo pude proteger ni atajar. Y ahora, aunque sé que está bien, tengo que lidiar con la culpa de verlo convertido en el Rocky Balboa de la salita de deambuladores.
Es que la maternidad es un aprendizaje que nunca se completa. Que creemos que será fácil, que llenamos de imaginarios "yo nunca-nunca" que después nos causan gracia. Desde chiquitas crecemos con una construcción mental imaginaria de la madre perfecta -a veces, proyectamos esa perfección en la madre real que nos tocó en suerte, hasta que llegamos a la adolescencia y nos despachamos con que mamá es un ser humano imperfecto más. Absorbemos lo que una madre debería llegar a ser a través de las publicidades, la televisión, los estereotipos... la realidad que nos llega después es una pared con la que nos chocamos y terminamos abolladas.
Y no es casualidad que empiece hablando de maternidad para llegar al tema que me interesa hoy, que es el feminismo. De hecho, la presión por ser madres perfectas (o la presión por ser madres, punto), el ideal de madre todopoderosa que puede atajar todo (hasta la caída de un chiquito inquieto de 17 meses contra el suelo), la imagen de mujer multitasking que puede con la familia, la carrera, la casa y mantiene un físico espléndido, todo junto... también son trampas del patriarcado para someternos. Para hacernos sentir que nada de lo que hagamos alcanza. Para que, ocupadas en competir y en criticarnos a nosotras mismas, no reparemos en un sistema que nos somete.

Ya lo dije en alguna ocasión, no considero que la lucha sea entre varones por un lado y mujeres por el otro. Voces expertas pueden explicar mucho mejor que yo por qué el feminismo implica también una libertad para los hombres (1). La lucha es entre los defensores de un antiguo orden y los que creemos en la necesidad de instaurar uno nuevo. Lamentablemente, en el primer bando se cuentan muchas, muchísimas mujeres. Son tantas las que sostienen que el feminismo no las representa porque ellas creen en la igualdad, o porque tienen un hijo varón al que quieren con toda el alma... ¡Y yo también, alguna vez, fui una de ellas! Me da bastante vergüenza admitirlo, pero puedo recordarme adolescente, cuestionando a mi hermana por usar maquillaje y ropa ajustada y después quejarse de que le gritaran cosas por la calle. O asociando la palabra "feminista" con algo negativo, por ignorancia, creyendo que se refería a "machismo" a la inversa, incluso al escribir un texto a propósito del Día Internacional de la Mujer. O usando expresiones cotidianas sin darme cuenta, del estilo "mi marido ayuda en casa".

A ser madre se aprende. A ser feminista, también. Desde unos años a esta parte, cuando comenzó el movimiento #NiUnaMenos pero sobre todo desde que me enteré de que iba a ser madre de un hijo varón, comencé a interiorizarme más sobre el tema. A leer sobre el feminismo, a tratar de comprender de qué se trata. A construir argumentos que me permitan justificar con solidez mi visión y mi postura. Pero sobre todo, a tratar de estar más atenta a los micromachismos de la vida cotidiana, a combatirlos y a denunciarlos. Sobre todo cuando vienen -ay- de mi parte. Sigo aprendiendo. Y la mejor manera que encuentro de aprender a ser feminista es leyendo (2), viendo videos, charlando con otr@s feministas, participando, yendo a las marchas.
Tengo 36 años. No soy una feminista perfecta ni mucho menos. Ni tengo todo re-claro. Ni coincido cien por ciento con todos los reclamos del colectivo, que se caracteriza por su pluralidad. Pero hoy sí puedo decir que tengo una postura tomada. Que me interesa criar hija e hijo feministas por igual. Que quiero despertar estas inquietudes en mis alumnos y en personas de mi entorno. 

Y que no puedo dejar pasar un 8 de marzo sin escribir unas palabras al respecto.


(1) A propósito, los invito a dedicarle 30 minutos de su día a esta conferencia imperdible de la nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie.

(2) Un libro que me sirvió mucho para conocer más del tema es Bad feminist, de la escritora haitiana-estadounidense Roxane Gay. Se puede conseguir traducido pero cuesta bastante, es mejor bajárselo para leer en el Kindle.

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