¿Para qué escribo? Para contar mi historia, una más entre tantas historias de madres, pero no una cualquiera porque es la que me toca. Para contactar madres o padres de la blogósfera, cual botella al mar. Para mantener mi escritura activa. Para registrar momentos mientras mis chiquitos crecen vertiginosamente rápido.

martes, 26 de septiembre de 2017

A los hijos no se los trata igual

Este mediodía, conversando con la abuela paterna de mis hijos opinábamos sobre detalles de la fiesta de cumpleaños de Quiqui, que ya se viene. Mi suegra insistía en que tengo que preparar un souvenir igual al que hice para el primer año de Dani. "Si ella lo tuvo, él también tiene que tener su recuerdo. A los dos tenés que darles lo mismo". Tal vez en esto tenga razón, no me cuesta nada preparar un imán conmemorativo del primer año de Quiqui, como en su momento hice el de Dani. Ponele que lo haga, siquiera para dejarla contenta a la abuela, que tanto nos ayuda con la fiestita.

Pero de cualquier manera, me quedé pensando y llegué a una conclusión, que va más allá de la fiesta de cumpleaños.
Los dos son mis hijos, pero creo que ellos no tienen
exactamente la misma mamá... (suena la música de Twilight Zone)
Es esta: no es posible darles lo mismo al primero que al segundo hijo. No podemos ofrecerles la misma vida. No sé bien qué ocurrirá en el caso de los padres de mellizos, pero cuando hay un hijo mayor y otro menor, es imposible sortear el factor tiempo.

Por más que lo intentemos, por más que nos esforcemos por ser justos, por más que los amemos a los dos por igual (que es otra frase que suena a verdad absoluta hasta que descubrimos que en realidad es una pelotudez ingenuidad, el amor no siempre se siente con la misma intensidad, que puede ser que uno no tenga un hijo favorito, pero sí momentos favoritos con cada hijo).
Sencillamente, no somos la misma persona con uno que con el otro. No soy la misma como mamá de Quiqui que la que fui como mamá de Dani. Esto no necesariamente es algo malo. Pero sí es ineludiblemente verdadero.

Pasábamos largos ratos jugando
(incluso cuando yo no tenía ganas...)
Con Dani tuve dedicación absoluta. Estaba pendiente de sus logros, de sus expresiones faciales, de sus gestos, de sus necesidades (o de lo que yo interpretaba como necesidades) casi a cada instante. Me preocupaba por estimularla, porque se desarrollara bien como solamente podía hacerlo con el sostén de una madre presente y dedicada (¿autoexigente, yoooo?). Hicimos taller de masaje shantala y asistimos a grupos de crianza. Con todo, no logré disfrutar demasiado de mi primera maternidad, aunque creo que, dentro de todo, ella sí disfrutó de su primera infancia. Me sentía desbordada por la responsabilidad y la sensación de que los días no se pasaban más. 

Con Quiqui desde el primer momento supe que todo pasa. Incluso ahora, que me pesan las noches mal dormidas (se acabaron los primeros meses donde descansaba y dejaba descansar). Sé que en algún momento va a crecer, a madurar y a dormir de corrido. Intento no preocuparme, salvo aquellos días en los que el sueño acumulado se convierte en una vincha de hierro sobre mi cabeza. De cualquier manera, me sorprende lo rápido que se pasó su primer año, que lo cumple en dos semanas. No me quedó más remedio que mandarlo al jardín maternal desde los 5 meses, y poco a poco fui sintiendo menos culpa por eso. A veces puedo pasar (al menos, a ojos de madres de hijos únicos) como una descuidada que lo deja gatear en arena mojada, puede estar una noche sin llamar al pediatra frente a la fiebre, lo observa trepar al sillón del living sin miedo a que se rompa la cabeza, o con un poquito de miedo, pero un mucho de resignación.
Dormir la siesta: uno de nuestros (escasos)
momentos de exclusividad.
Dani se acostumbró desde chiquita a escucharme cantar y a que le leyéramos toda clase de cuentos. Las pocas veces que intenté leerle al gordo, me di por vencida en cuanto empezó a chupetear los libros. Quiqui tampoco tiene una mamá que pase horas del día jugando con él. Pero tampoco padece una madre deprimida y se ha ligado muchos, muchísimos menos retos y desbordes. Pasó más días enfermo en su primer año que Dani en sus primeros tres años. Pero duerme parte de las noches en cama de mamá y papá, cuando con su hermana mayor no nos permitimos el colecho por miedo a que "se acostumbrara". Quiqui pasa menos tiempo a upa porque siempre estoy más ocupada. Pero disfrutó del porteo en fular durante sus primeros meses.

¿Soy mejor madre de Quiqui que lo que lo fui de Dani cuando ella era bebé? ¿Soy peor? Creería que disfruto también más de mi hija mayor ahora, que ya no tiene mi mirada constante. A veces siento que soy mejor como madre de nena que de bebé. No sé. De lo que estoy segura es que soy distinta ahora que antes. A Dani y a Quiqui les tocan vivencias diferentes. En todo caso, si bien no me cabe duda de que ambos necesitarán terapia algún día, creo que será por distintos motivos ☺

Puede que Dani crezca con mucha presión por haberle puesto en su momento un exceso de atención, o que sufra por haberla perdido. Y puede que Quiqui no tenga la atención absoluta de sus padres casi nunca. Que se pegue algún golpe más en la frente -que parece un mapa. Que llore y proteste airado cuando lo dejamos un minuto en la cuna para hacer la comida, o ¡para ir al baño! Pero tiene un premio: una hermana mayor hermosa, que juega con él, lo llena de mimos, lo hace reír y hasta ayuda a cuidarlo de a ratos. Si eso no suma puntos para que su infancia también sea feliz, ¿entonces qué?

"¡Qué susto! Menos mal que voy
con mi hermana mayor..."