¿Para qué escribo? Para contar mi historia, una más entre tantas historias de madres, pero no una cualquiera porque es la que me toca. Para contactar madres o padres de la blogósfera, cual botella al mar. Para mantener mi escritura activa. Para registrar momentos mientras mis chiquitos crecen vertiginosamente rápido.

lunes, 1 de mayo de 2017

Mamá poderosa, mamá impotente

Dicen que un gran poder conlleva una gran responsabilidad. Y más allá de que atribuyamos esa frase a Voltaire o al Hombre Araña, es muy cierta cuando de la maternidad se trata. Nada te hace sentir tan poderosa como la capacidad de engendrar, gestar y traer al mundo una vida. Nada te hace sentir tan vulnerable, desamparada e insegura como tener que sostener y criar a un bebé indefenso al que de repente te ponen entre tus brazos.

Ser mamá es sentirte poderosa. Por ejemplo:
- Cuando Dani me dice "reina" y mira todo lo que hago con admiración: "las reinas cocinan muy bien, como vos, mamá", "las reinas saben lavar la ropa y ordenar la casa" (sí, justamente, me la imagino a Máxima doblando las camisas del rey Guillermo...).
- Cuando alguno de mis hijos llora, y basta con un abrazo sanador para tranquilizarlo.
- Cuando Quiqui, pese a que está hecho un torito de ocho kilos y medio que ya come de todo y que aprendió a tomar la mamadera en el jardín, sigue buscando mi pecho para dormirse, y siento en el hueco de mi brazo todo su calor.
- Cuando Dani me da la mano para cruzar la calle y confía plenamente en mí.
- Cuando me dice que cuando sea grande, también quiere ser mamá, y sé que lo dice porque me mira y quiere ser como yo cuando crezca.
- Cuando Quiqui se despierta al lado mío (nos hemos resignado a un colecho parcial para poder dormir los tres hasta la mañana), me mira con esa sonrisa plena y parece que me diera las gracias por un nuevo día de vida...

Y ser mamá también es sentir el peor de los miedos, el de la impotencia, el no poder proteger a tus hijos, el no poder prever lo que vendrá. En estos días, con la humanidad que parece al borde de una tercera guerra mundial, mi peor miedo es que mis hijos crezcan en un mundo devastado por la violencia. O el miedo que me quita el aire: que no tengan oportunidad de crecer. 
O sin ir tan lejos, siento miedo cuando nos enteramos de crímenes atroces contra las mujeres que sacuden a diario mi país, como el de Araceli o el de Micaela, que me hacen temer por el día en que mi hija camine sola por la calle. Que hasta me hacen temer no ser capaz de educar a un varón en un mundo machista sin convertirlo, a su vez, en un machista. 
Y los miedos chiquitos, los problemas de salud cotidianos con los que lidiamos, en los cuales hay que mantenerse firme, segura y tranquila para a su vez, transmitirles eso a los chicos.

Ser mamá es oscilar entre saberse poderosa y sentir que no tenemos el control sobre nada. A veces cuesta mantener un equilibrio saludable.
Pero es justamente de lo que se trata.

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