¿Para qué escribo? Para contar mi historia, una más entre tantas historias de madres, pero no una cualquiera porque es la que me toca. Para contactar madres o padres de la blogósfera, cual botella al mar. Para mantener mi escritura activa. Para registrar momentos mientras mis chiquitos crecen vertiginosamente rápido.

viernes, 24 de febrero de 2017

Largos (y espantosos) días de verano

Hablé de lo lindo de las vacaciones en la ciudad en otro post. Hoy vengo a desquitarme porque hace cuatro días que lo venimos pasando bastante mal. La crisis energética de mi país nos tocó de cerca esta vez: desde el lunes a la noche hasta el jueves que mi departamento no tuvo luz. Ni luz, ni agua, en un décimo piso, con temperaturas que rozaban los 40°, ninguna mamá puede permanecer tranquila con una nena de 4 años y un bebé de meses. Por suerte pudimos irnos a la casa de mi mamá, que no será muy fresca que digamos (mi mamá es muy friolenta) pero sí tiene heladera funcionando, tele (¡gracias a la tele por una vez!) y se pueden enchufar un par de ventiladores.
Las temperaturas agobiantes (que siguen, y seguirán por varios días) son otro enemigo de la maternidad y la paternidad felices. En mi caso, por lo menos, es así. El calor extremo me pone en evidencia todo aquello que me gustaría poder darles a mis hijos y no puedo: un poco de aire libre, un patiecito en casa donde poder inflarles al menos una piletita para que se refresquen, o poder pagar vacaciones más largas junto al mar, en un hotel con aire acondicionado. O poder pagarles una colonia recreativa en un club, para que al menos todas las tardes tengan pileta y otros chicos con quienes jugar. O incluso poder sacarlos a pasear y a tomar helados todos los días, cosa que nuestro estrecho presupuesto no permite.
Y no se enojen, sé que no es algo grave. Al contrario. Me pongo por un rato en la piel de aquellas mujeres que son madres en situaciones extremas: la pobreza, un país en guerra, la violencia, una epidemia de enfermedades, y me siento muy culpable por quejarme del calor y de los cortes de luz. Lo nuestro es solamente algo transitorio. Cómo será ser madre en una situación tan terrible de la que no se pueda salir. Apenas puedo intuir esa sensación de impotencia y de desamparo. Y ese deseo de que tus hijos salgan del aprieto, como sea. Incluso si no podés salir vos.

En fin, a la vez, la sensación de gratitud porque uno no está solo, porque vivimos rodeados de familiares y de amigos siempre dispuestos a ayudar, a ofrecer una mano. Mi mamá principalmente, que nos cedió su casa todos estos días (y no es la primera vez que lo hace). Pero también otras personas de la familia, amigos que nos escriben para saber cómo sigue todo y ofrecen su casa si la necesitamos, hasta las noticias se solidarizaron con nuestro edificio y salieron a mostrar lo que pasaba. Pero, claro, somos un caso más entre los cientos de miles de argentinos que padecen la baja del servicio. Y este no es un blog para hablar de política porque seguramente haya mucho que discutir al respecto.
Estos días muchas veces quise esconderme bajo la tierra, putear a gritos a la compañía de luz, largarme a llorar a mares. ¿Y saben lo que hice? Traté de mantenerme serena. Suspiré y seguí con los reclamos por vía tradicional, mientras trataba de alegrar a mi hija con la perspectiva de minivacaciones en casa de su abuela Lala (cosa que a ella le encanta). Los saqué a la plaza a las 9 de la mañana para aprovechar las horas en las que la temperatura no era tan peligrosa. Di la teta al bebé a cada rato para evitar que se deshidratara. Traté de animar a mi marido que cada mañana se tenía que ir a trabajar y cada tarde a casa a darle de comer a la gata y a seguir persiguiendo a la compañía de electricidad. Y practiqué la espera, cosa que a mí por ser ansiosa siempre me cuesta el triple.

Estos dias largos, calurosos y difíciles me confirman una verdad que hace rato vengo intuyendo: ser mamá te hace querer ser mejor persona de lo que sos. Aunque a veces no te salga.

martes, 14 de febrero de 2017

Redefiniendo el amor (a propósito de San Valentín)

Para mí, el amor es un viaje.

Ya he pasado casi 13 años viajando junto al amor de mi vida. Nos conocimos siendo dos jóvenes de 22 y recorrimos la veintena y media treintena codo a codo. Hemos compartido aprendizajes, como el irnos a vivir solos, fuera de la casa paterna (materna, en mi caso) y después, la convivencia. Lo que a muchas parejas les cuesta el romance, en nosotros funcionó intensificando aún más el amor, las ganas de crecer juntos, el deseo. Claro que no pueden faltar las preocupaciones -como el dinero, obvio-, las discusiones o las diferencias que se acentúan. Pero nada de eso nos detuvo.
Compañeros en el viaje más importante de todos.
Durante cuatro años compartimos salidas, cine, recomendaciones de libros y de música, helados, comer afuera, recitales, fiestas, amistades, fuimos "novios" en el sentido habitual de la palabra. Después encontramos que viajar juntos nos apasionaba, recorrimos el país, soñamos con pasar más tiempo uno al lado del otro y decidimos convivir. Unos años después, justamente en un viaje por el norte argentino, él me propuso casamiento, y formalizamos la relación frente al mundo (no que nos hiciera falta, pero fue lindo hacerlo y sentirnos aún más parte de la familia del otro).
Pudimos tomarnos más de un avión, conocer hermosos lugares a la par que seguíamos conociéndonos.

Y poco tiempo después, la llegada de Dani nos transformó la vida para siempre.

Convertirnos en padres, definitivamente, fue una revolución y sí que puso a prueba el amor de pareja, mucho más que la convivencia o que los papeles. El nacimiento de un hijo es lo que te marca un antes y un después. Por momentos, dejás de sentir que formás parte de una pareja, y ambos parecen integrar un equipo abocado a la eterna tarea de criar al bebé. Se pierde la intimidad, se desdibujan los momentos románticos en esa niebla de noches mal dormidas, vómitos, pañales, vacunas y teta a cualquier hora. No por nada son muchas las parejas que se separan después de ser padres. Es una prueba de fuego, que si bien en nuestro caso sirvió, a la larga, para fortalecernos, no fue nada sencillo.

De a poco, se vuelve. Se vuelve a compartir momentitos (robados al sueño) de acurrucarse a ver series en el sillón primero, de abrazarse con pasión después. Se vuelve a salir, con ayuda de las abuelas en lo posible. Se vuelve al cafecito a solas primero, a cenar afuera después, al cine eventualmente. A la escapada en pareja... supongo que se vuelve, todavía no se nos dio. Pero fíjense cómo es que las cosas se acomodan que unos años después, nos convertimos en reincidentes.

Hoy, 14 de febrero, hace justo un año que nos enteramos de que Quiqui formaría parte de nuestra vida. El gordo ya tiene cuatro meses. Y si bien aún no duerme toda la noche ni lo dejamos con nadie, esta noche de los enamorados nos podemos permitir una cena romántica cuando los chicos se duerman.

Visitando el Jardín Japonés
y soñando con el futuro viaje.
Pero lo más importante de este día de San Valentín es que por fin caigo en la cuenta de que el amor, lo que entiendo por amor profundo, verdadero y eterno, se ha redefinido para mí. Ya no tengo un solo amor de mi vida: tengo tres. Mi compañero, mi pareja, mi marido, por supuesto, no me imagino un día en el futuro en el cual él no esté conmigo. 
Pero también mi enana mayor, Dani, contestadora, rebelde, cariñosa, curiosa, divertida, con quien tenemos pensado viajar juntas a Japón alguna vez, ella también es mi amor. 
Otro viaje que recién empieza.
Y mi chiquito Quiqui, descubriendo el mundo, viajando por ahora más entre mis brazos que fuera de ellos, el hecho de que lo ame hace menos tiempo no significa que ese amor sea menos intenso.

De ellos tres me siento profundamente enamorada. Son mis compañeros de viaje, de ese viaje único que hacemos todos nosotros a bordo del planeta Tierra, y que nos sorprende incluso cuando no tenemos la oportunidad de alejarnos demasiado de casa. 
Así que hoy tengo tres motivos para sentirme agradecida, amada y para celebrar el amor, el viaje más importante de todos, más allá de la fecha comercial. 

¡Feliz día para mis tres amores! Brindo por nosotros.

lunes, 6 de febrero de 2017

Tetas

Sí, hoy quiero hablar de las tetas.

Están en boca de todos últimamente (y no, por más que este sea un blog de maternidad no hablo solo de los bebés). Hace pocos días, en Argentina fue noticia un procedimiento policial en una playa, en el que se desplegaron ¡20 agentes! todo por unas chicas que habían decidido tomar sol en topless. El hecho, que por mi parte no puedo calificar más que de exagerado y ridículo, recibió repercusiones en todos los medios. Muchísimos hablaron de los motivos detrás del accionar de las mujeres. Muchos menos saltaron a preguntarse qué deberían haber estado haciendo esos veinte policías mientras se preocupaban porque las chicas se taparan o se fueran de la playa.
Foto tomada de la nota del diario La Nación.

Además de las agresiones del personal policial en cuestión, de los insultos de otras mujeres en la playa o de hombres que decían "no podés estar en tetas, loca" o cosas así de suavecitas, las mujeres en cuestión debieron soportar más insultos y denigraciones en los medios de comunicación, en especial en los comentarios de los lectores. Que se lo buscaron, que con eso quieren "provocar", que es una "agresión", etc. 

Todo por haber expuesto sus pechos al sol. Probablemente, para disfrutar de un buen bronceado. Como hacen tantas mujeres de diferentes culturas, estas chicas no sintieron que haya de qué avergonzarse.

Pero las tetas asustan. Interpelan. Provocan reacciones. Y no todas agradables.

Son el emblema de la femineidad. Su función biológica en nuestro cuerpo es clarísima: alimentar a nuestros cachorros. Y sin embargo, occidente ha hecho de ellas algo con tanta carga sexual como los órganos genitales (no faltaron, a propósito del episodio de Necochea, hombres que sin entender nada dijeran cosas como "si ellas se ponen en tetas nosotros tendríamos que mostrar el pene"). Como si fuesen lo mismo. Como si, cada vez que algún exhibicionista decide apoyar a una mujer en el colectivo o mostrar lo suyo delante de una nena de escuela primaria hubiera ¡qué digo 20! ¿2 policías alertas, al menos?

Las mujeres no agredimos físicamente con nuestras tetas. Tampoco lo estaban haciendo las chicas de la playa. La queja de los bañistas era por "impudicia", "exhibicionismo", "atentado a la moral". La misma queja hubiera sufrido alguien de la época victoriana por dejar ver, no sé, los tobillos.

El problema no es si las tetas se deben mostrar u ocultar. Las tetas son, las tetas están. Nadie en esa playa veía un seno por primera vez. El problema es que cuando las tetas se muestran en un show televisivo que lidera el rating, que es todo menos un show de baile, conducido por un tipo misógino que cosifica a la mujer, entonces está buenísimo. Cuando las tetas están en función de ser juguetes del varón, todo bien. Obvio, siempre y cuando sean un par grande, prolijito, siliconado. No vale mostrar tetas caídas. Ni estriadas. Ni desparejas. No vale mostrar tetas reales. No vale mostrarlas cuando la que quiere disfrutarlas es la propia mujer (recibiendo, en este caso, la caricia del sol). ¿Que las veían los chicos? Para ellos, la teta es lo más natural del mundo. O debería serlo. Los que la desnaturalizamos somos los adultos.

Ni las mamás en plena función maternante nos salvamos. Hace unos meses, unas agentes de policía quisieron detener a una chica que amamantaba a su bebé en una plaza en San Isidro. Las repercusiones fueron enormes ("teteadas" solidarias, comentarios en apoyo de la chica en su mayoría). Claro que acá los pechos cumplen la función alimentaria, y entonces son menos los que se alzan en su contra. Pero que los hay, los hay. Más cuando el amamantado ya no es un bebito pequeño sino un nene algo mayorcito, que "ya podría comer un choripán, qué necesidad de estar dándole la teta delante de todo el mundo....". Como si las tetas fueran de interés nacional, y no solamente de la mamá y -al menos momentáneamente- del niño interesado.

(Reconozco que yo misma, hace unos años, cuando amamantaba a Dani en un lugar público, me tapaba y sentía cierto pudor. Con Quiqui (casi) no. Cada vez menos. Todavía un poquito. Pero estoy tratando de superarlo).

Creo que asistimos, desde el fenómeno #NiUnaMenos, ahora vigente también a nivel internacional como lo demostró la marcha de las mujeres en protesta contra Trump, a una revolución feminista. Una nueva revolución feminista debería decir, para no menospreciar las luchas y las conquistas de las mujeres en el pasado. Y, como en toda revolución, cuando un grupo hasta ahora oprimido comienza a alzarse, el grupo opresor aprieta más fuerte. Y además de anécdotas como lo de la playa de Necochea o la plaza en San Isidro, vemos crímenes cada vez más aberrantes hacia las mujeres. ¿Será que hay mayor visibilización de la violencia de género que antes? ¿O se estará recrudeciendo? El patriarcado amenazado, defendiéndose con uñas y dientes.

Por si hace falta quiero aclarar que con dos grupos no me refiero a hombres por un lado y mujeres por el otro. Hablo de una ideología de género patriarcal por un lado, y una ideología feminista cada vez más consciente por el otro. De la última también forman parte cada vez más hombres, sobre todo los jóvenes, que son quienes seguramente encontrarán su lugar en una sociedad igualitaria que les permitirá mostrar a pleno su sensibilidad, ejercer la paternidad con compromiso y amor, elegir su orientación sexual con mayor libertad y trabajar y vestirse como quieran. De mi parte, haré todo para que mis dos hijos formen parte de este grupo.
Y de la vieja ideología patriarcal, que creo que está destinada a caer (aunque antes, como perro viejo, muerda, desgarre y lastime), lamentablemente no solo forman parte los hombres machistas que crecieron con "coronita", sino tantas mujeres... como las que señalaban a las chicas en la playa, como las policías que quisieron detener a la mamá, como las que siguen comentando que no hay por qué "provocar" a los varones (¿no será que los varones deben dejar de sexualizar y objetivar a las mujeres?), como las que miran el Bailando... y hablan mal de tal o cuál chica... Y esto me preocupa más. A veces todavía pareciera que somos nuestras propias enemigas en lugar de aliadas.

Comencemos por aceptarnos entre nosotras si queremos ser plenamente aceptadas.
Las tetas son cosa de cada una. Tus tetas son tuyas. No de la opinión pública.

¿Tenemos que salir a la calle a mostrarlas para hacernos oír? Sí. O no. Como cada una quiera, si con ello no daña a nadie.

Pero no callemos. No nos guardemos. Que no nos asusten. Que no nos dé miedo ser tildadas de "feminazis". Que no temamos perder nuestra esencia femenina: al contrario, abracemos esa esencia, sintamos cómo nos hermana. Incluso con las que no piensan igual que nosotras. Las que somos madres, las que no quisieran serlo jamás, las que aman a otras mujeres, las que preferirían seguir siendo siempre amas de casa, las que salen con muchos hombres, las que prefieren la abstinencia, las que se operan para verse jóvenes, las que deciden dar mamadera, las que cobran por mostrar o prestar su cuerpo, las que militan, las que dicen descreer de toda ideología.

Vos. Yo. Nosotras.